miércoles, 17 de agosto de 2011

Y rima en tus tetas

(en la cerveza puta de todos mis días)


Dices con ese escote que te mientes
cuando lo miras, que te no te hagas películas,
chaval, que esto de aquí no se prueba;
que te des la vuelta, chaval, gorrión,
que nunca vas a estar con una tía
como yo, que te hagas una paja,
que te vayas, adiós. Mientras me quedo
con el cristal ceñido en la raja,
absorto en una lengua, en una savia.
Me casaría contigo nunca, los hijos
nuestros serían reyes de España,
serían cáncer de hierro, mujer.
Y yo aspiro al momento, y no a tu baile
y a tu mentira. Porque escotes hay
repletos mientras susantidad
se va de la ciudad con la misma
cara de siempre, colmo de cansancio
y alcohol, colmo entre yo y ellos.
Miro tus tetas. Me gustas ahora,
te quiero. // Eres la misma de ayer.
En tu boca hay siempre. No es extraño.

viernes, 12 de agosto de 2011

Padre

Padre, te quiero,

pero, ¿cómo puedo darte las gracias, yo, que tampoco sé tolerar [el alcohol

y que ni siquiera conozco los sitios donde se pesca?

Raymond Carver


Y qué importa el divorcio, todo el tiempo,

las cenas los domingos por la noche

cuando los dos nos callamos y no

sabemos qué decirnos, cuando compar

timos ese silencio genético

que nos hace ser lo mismo en la historia.


Y qué importa la vida si me gusta tener

tu nariz, tu cabeza, tus bocetos

en la cara, aunque a veces

el dinero nos suponga un límite

para comprar los libros que nos gustan,

aunque ya no fumes y yo fume

mientras bebemos juntos en las terrazas.


Qué nos importa la confianza de otros

padres e hijos. Qué. Porque lo

que no me gusta es verte serio, triste

porque la economía de este tiempo

no es la mejor que habías pensado; can

sado de trabajar, de los números,

de la derecha que se va comiendo

el país de tu padre y de tu madre.


No te puedes caer, porque me va

a costar levantar un pilar de mi vida.


No te arrepientas. Ahora, con tus

cincuenta años eres más joven que nunca.


Sé fuerte, tú, porque eres mi principio.

miércoles, 3 de agosto de 2011

La poesía homosexual ("Los detectives salvajes")

...cuando ya sólo quedábamos unos pocos, Ernesto San Epifanio dijo que existía literatura heterosexual, homosexual y bisexual. Las novelas, generalmente, eran heterosexuales, la poesía, en cambio, era absolutamente homosexual, los cuentos, deduzco, eran bisexuales, aunque esti no lo dijo.

Dentro del inmenso océano de la poesía distinguía varias corrientes: maricones, maricas, mariquitas, locas, bujarrones, mariposas, ninfos y filenos. Las dos corrientes mayores, sin embargo, eran la de los maricones y la de los maricas. Walt Whitman, por ejemplo, era un poeta maricón. Pablo Neruda, un poeta marica. William Blake era maricón, sin asomo de duda, y Octavio Paz marica. Borges era fileno, es decir de improviso podía ser maricón y de improviso simplemente asexual. Rubén Darío era una loca, de hecho la reina y el paradigma de las locas.

—En nuestra lengua, claro está —aclaró—; en el mundo ancho y ajeno el paradigma sigue siendo Verlaine el Generoso.

Una loca, según San Epifanio, estaba más cerca del manicomio florido y de las alucinaciones en carne viva mientras que los maricones y los maricas vagaban sincopadamente de la Ética a la Estética y vicerversa. Cernuda, el querido Cernuda, era un ninfo y en ocasiones de gran amargura un poeta maricón, mientras que Guillén, Aleixandre y Alberti podían ser considerados mariquita, bujarrón y marica, respectivamente. Los poetas tipo Carlos Pellicer eran, por regla general, bujarrones, mientras que poetas como Tablada, Novo, Renato Leduc eran mariquitas. De hecho, la poesía mexicana carecía de poetas maricones, aunque algún optimista pudiera pensar que allí estaba López Velarde o Efraín Huerta. Maricas, en cambio, abundaban, desde el matón (aunque por un segundo yo escuché mafioso) Díaz Mirón hasta el conspicuo Homero Aridjis. Debíamos remontarnos a Amado Nervo (silbidos) para hallar a un poeta de verdad, es decir a un poeta maricón, y no a un fileo como el ahora famoso y reinvindicado potosino Manuel José Othón, un pesado donde los haya. Y hablando de pesados: mariposa era Manuel Acuña y ninfo de los bosques de Grecia José Joaquín Pesado, perennes padrotes de cierta lírica mexicana.

—¿Y Efrén Rebolledo? —pregunté yo.

—Un marica menorcísimo. Su única virtud es la de ser si no el único, el primer poeta mexicano que publicó un libro en Tokio, Rimas japonesas, 1909. Era diplomático, por supuesto.

El panorama poético, después de todo, era básicamente la lucha (subterránea), el resultado de la pugna entre poetas maricones y poetas maricas por hacerse con la palabra. Los mariquitas, segúan San Epifanio, eran poetas maricones en su sangre que por debilidad o comodidad convivían y acataban —aunque no siempre— los parámetros estéticos y vitales de los maricas. En España, en Francia y en Italia los poetas maricas han sido legión, decía, al contrario de lo que podría pensar un lector no excesivamente atento. Lo que sucedía era que un poeta maricón como Leopardi, por ejemplo, reconstruye de alguna manera a los maricas como Ungaretti, Montale y Quasimodo, el trío de la muerte.

—De igual modo Pasolini repinta a la mariquería italiana actual, véase el caso del pobre Sanguinetti (con Pavese no me meto, era una loca triste, ejemplar único de su especie, o con Dino Campana, que come en mesa aparte, la mesa de las locas terminales). Para no hablar de Francia,gran lengua de fagocitadores, en donde cien poetas maricones, desde Villon hasta nuestra admirada Sophie Podolski cobijaron, cobijan y cobijarían con la sangre de sus tetas a dies mil poetas maricas con su corte de filenos, ninfos, bujarrones y mariposas, excelsos directores de revistas literarias, grandes traductores, pequeños funcionarios y grandísimos diplomáticos del Reino de las Letras (véase, si no, el lamentable y siniestro discurrir de los poetas de Tel Quel). Y no digamos nada de la mariconería de la Revolución Rusa en donde, si hemos de ser sinceros, sólo hubo un poeta maricón, uno solo.

—¿Quién? —le preguntaron.

—¿Maiacovsky?

—No.

—¿Esenin?

—Tampoco.

—¿Pasternak, Blok, Mandelstam, Ajmátova?

—Menos.

—Dilo de una vez, Ernesto, que me estoy comiendo las uñas.

—Sólo uno —dijo San Epifanio—, y ahora te saco de la duda, pero eso sí, maricón de las estepas y de las nieves, maricón de la cabeza a los pies: Khlebnikov.

Hubo opiniones para todos los gustos.

—Y en Latinoamérica, ¿cuántos maricones verdaderos podemos encontrar? Vallejo y Martín Adán. Punto y aparte. ¿Macedonio Fernández, tal vez? El resto, maricas tipo Huidobro, mariposas tipo Alfonso Cortés (aunque éste tiene versos de maricona auténtica), bujarrones tipo León de Greiff, ninfos abujarronados tipo Pablo de Rokha (con ramalazos de loca que hubieran vuelto loco a Lacan), mariquitas tipo Lezama Lima, falso lector de Góngora, y junto con Lezama todos los poetas de la Revolución Cubana (Diego, Vitier, el horrible Retamar, el penoso Guillén, la incosolable Fina García) excepto Rogelio Nogueras, que es un encanto y una ninfa con espíritu de maricón juguetón. Pero sigamos. En Nicaragua dominan mariposas tipo Coronel Uetecho o maricas con voluntad de filenos, tipo Ernesto Cardenal. Maricas también son los Contemporáneos de México...

—¡No —gritó Belano—, Gilberto Owen no!

—De hecho —prosiguió imperturbable San Epifanio—, Muerte sin fin es, junto con la poesía de Paz, La Marsellesa de los nerviosísimo y sedentarios poetas mexicanos maricas. Más nombres: Gelman, ninfo, Benedetti, marica, Nicanor Parra, mariquita con algo de maricón, Whestphalen, loca, Enrique Lihn, mariquita, Girondo, mariposa, Rubén Bonifaz Nuño, bujarrón amariposado, Sabines, bujarrón abujarronado, nuestro querido e intocable Josemilio Pe, loca. Y volvamos a España, volvamos a los orígenes —silbidos—: Góngora y Quevedo, maricas; San Juan de la Cruz y Fray Luis de Leó, maricones. Ya está todo dicho. Y ahora, algunas diferencias entre maricas y maricones. Los primeros piden hasta en sueños una verga de treinta centímetros que los abra y fecunde, pero a la hora de la verdad les cuesta Dios y ayuda encamarse con sus padrotes del alma. Los maricones, en cambio, pareciera que vivan permanentemente con una estaca removiéndoles las entrñas y cuando se miran en un espejo (acto que aman y odian con toda su alma) descubren en sus propios ojos hundidos la identidad del Chulo de la Muerte. El chulo, para maricones y maricas, es la palabra que atraviesa ilesa los dominios de la nada (o del silencio o de la otredad). Por lo demás, y con buena voluntad, nada impide que maricas y maricones sean buenos amigos, se plagien con finura, se critiquen o se alaben, se publiquen o se oculten mutuamente en el furibundo y moribundo país de las letras.

—¿Y Cesárea Tinarejo, es una poeta maricona o marica? —preguntó alguien. No reconocí la voz.

—Ah, Cesárea Tinarejo es el horror —dijo San Epifanio.



Roberto Bolaño, Los detectives salvajes, Barcelona, Anagrama, 1998, pp. 82-85


Alterae res

Vídeo realizado por Alma Prieto