Estoy enamorado de las gentes
de aquel pueblo que aún no conozco,
de sus poemas, valles y de su arte;
estoy enamorado del sabor
aceitoso de vidas y pinturas
que hay en sus plazas, aire y hogueras
nocturnas con Madrid a cuatro horas
pasando por Despeñaperros, lejos
del fuerte amor que exime los minutos de fiesta
en lugares ajenos. Y ya está.
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