Cuando llegué,
mi madre había decidido dejar
de fumar: lo
hizo porque decía que un fortuna iba a costar
a partir de
ahora más de cinco euros.
Mi madre ha
abandonado su vicio porque nos gobiernan unos hijos de puta,
y eso no está
bien para nadie.
Ya echaba mucho
de menos Alcobendas.
Cuando llegué,
todo seguía igual:
mis vicios, mis
poemas, mis amigos,
mis cosas, salvo
el precio de la gaso
lina, que había
subido. Todo seguía igual, pero
era todo también
muy distinto.
En el agua del
mar, mientras me bañaba
desnudo, había
visto la inquietud
de la falta de
límites, el origen de la falta de ser.
Había ido a
buscar un momento de descanso
y había hallado
el malestar del que busca algo que ya tiene.
Tal vez en el
mismo centro de mis agobios
se encuentre el
equilibrio acertado
que se llama
reposo.
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